Hoy es el día de cambio de país. Pero antes de abandonar Bélgica decidimos, a última hora, visitar un pequeño pueblo muy pintoresco llamado Dinant.
En tan solo 50 minutos llegamos al pueblo. No sabíamos muy bien dónde aparcar, así que avanzamos un poco por la calle principal y dejamos el coche allí. Había parquímetro y, como estábamos aún fuera de la zona centro, no fue demasiado caro y nos permitía estar sin límite de tiempo.
El pueblo está situado a orillas del río Mosa y encajado entre dos montañas. En lo alto de una de ellas está la Ciudadela de Dinant. Este pueblito es conocido también, por ser la ciudad natal del inventor del saxofón. Por toda la ciudad podían verse esculturas de saxofones decorados, cada uno representando a un país distinto. También había un pequeño museo dedicado a este señor.
Para comenzar la visita, dimos un paseo por la ribera del río hasta un puente, desde el que cruzamos para contemplar la mejor perspectiva: en primer plano, las casas de colores a orillas del río y su iglesia, y en un segundo plano, en lo alto, la ciudadela.
Hoy queríamos comer prontito para cuadrar la siesta de Álex con el viaje en coche y así que no se nos hiciera demasiado tarde y llegar a buena hora. Comimos en una hamburguesería que casi abrieron para nosotros. No estaba mal, pero los dueños bastante bordes. No estuvimos muy a gusto, la verdad.
Al terminar, dudábamos si subir a ver la ciudadela o no, pero al final nos animamos. Para llegar hasta lo alto de la montañita puedes subir a pie unas 400 escaleras o elegir subir cómodamente en un pequeño teleférico.
Nada más bajarte del teleférico llegas a un parque con columpios bastante bueno, un restaurante y una buena terracita a la sombra, donde estuvimos tranquilamente un rato descansando mientras los chicos jugaban en el parque.
Tras la visita a la ciudadela volvimos a coger la furgo, ya rumbo a Alemania. Nuestro siguiente destino era el parque temático Phantasialand, que se encuentra entre Colonia y Bonn. La verdad es que salir de Bélgica fue bastante agradable. Son un gusto las grandes autopistas alemanas con tres carriles y sin límite de velocidad. Aunque vayas a 120, es como que todo fluye mucho mejor.
Llegamos a nuestro destino sobre las 17:00. El hotel elegido fue el ambientado en África, no porque nos gustara mucho, sino porque era el único que tenía habitaciones para 5 personas. El caro hotel estaba todo decorado a lo africano pero con un puntito alemán: las paredes muy marrones, todas las maderas muy oscuras, máscaras por todos lados, todo un poco como muy artificial. Pero lo peor de todo, súperoscuro, como si en África no tuvieran sol. La habitación, a pesar de la oscuridad, era bastante cómoda y con el detalle de que desde la ventana se veía un poquito de una montaña rusa.
A los niños les dieron un vale para un cóctel de bienvenida. En cuanto dejamos el equipaje en la habitación, allá que nos fuimos rápidamente a por ellos. Después pasamos un rato en la sala infantil y luego recorrimos una zona de puentes que había para los niños en diferentes partes del hotel.
Y ya poco más, cenamos un poco en la habitación y a dormir prontito, que al día siguiente nos tocaba otro intenso día en otro parque de atracciones.
2 comentarios:
¿En serio? ¿otro parque?
Jajaja, sí, ya el último. La verdad es que los días de parque han sido los más tranquilos del viaje, menos peleas, menos discusiones, menos gritos… Igual el año que viene subimos a cinco días. 😅
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