Otra vez tocaba madrugar para ir a desayunar… Como novedad especial en la sección de dulces había brownie, macarons y fresas. ¿Y quién se zampó el 90% de las fresas? Pues nuestros hijos, claro. Por lo demás, sin novedades, todo perfecto.
Hoy el plan era Bruselas. El viaje, un poco rollo, pero llegamos. Para entrar en Bruselas en coche también se necesita un permiso especial de contaminación, y lo sorprendente es que es independiente del de Gante, hay que pedir uno distinto para cada ciudad. El aparcamiento elegido estaba bastante cerca del centro, quizá hasta demasiado, y bastante nuevo y cómodo. Eso sí, ya no a precios populares como el de Brujas. Este ha sido un buen sablazo, pero bueno, la comodidad tiene un precio.
Comenzamos el paseo por Bruselas caminando hacia la Grand Place. Una plaza realmente impresionante, bastante grande y con la torre del Ayuntamiento altísima.

Tras atravesar la plaza intentando no estropear ninguna foto, fuimos directos a ver la famosa miniescultura del Manneken Pis. De camino, justo antes de llegar al “niño meón”, nos topamos con la entrada al museo del chocolate Choco Story y decidimos entrar, ya que estaba recomendado por todo el mundo.
Después de pagar la entrada, te dan una audioguía en tu idioma para ir escuchando las explicaciones de cada sala y, para endulzar el inicio, un chocolatito de bienvenida. También había pantallas interactivas con minijuegos para niños. El sitio resultaba un poco raro, muchas escaleras y espacios muy pequeños, de esos en los que con tres personas ya se formaba atasco. Al principio le prestamos más atención a los audios, pero al rato preferimos avanzar rápido y escapar un poco del mogollón.
La penúltima sala era la de degustación: cinco dispensadores de pastillas de chocolate con diferentes grados de pureza para probar todas las que quisieras. Te puedes imaginar a Dani, a dos manos llenas. En un momento se fue a por más cuando ya habíamos abandonado la sala; le dejamos coger tres pastillitas más y, sí, traía tres en la mano… pero en el bolsillo llevaba mínimo cinco extra.
Por último, la demostración de cómo se hacen los bombones. Fue bastante amena, la chica que los preparaba era muy graciosa y montó un show muy entretenido. Para rematar, nos dio a cada uno un bombón de praliné y salimos de nuevo a la calle.
Al salir vimos en una fachada un dibujo de Tintín, y un poco más adelante ya estaba el Manneken Pis, hoy en versión “desnudo integral”. Por lo visto, de vez en cuando lo visten con diferentes trajes, como luego comprobamos en el escaparate de su propio museo, donde estaban expuestos algunos de sus disfraces, entre ellos los uniformes de scout con su pañoleta y todo.
Ahora nos tocaba enfrentarnos a las primeras cuestas del viaje… y vaya cuestas. Una buena palicilla subir con dos niños subidos al carro hacia el Palacio Real. La zona estaba un poco en obras, pero se notaba muy distinta a la parte baja de la ciudad: avenidas más amplias y menos sensación de agobio con la gente. Para comer nos adentramos en el Parque de Bruselas, donde hay un quiosco-cafetería que vende hamburguesas y perritos.
La vuelta la hicimos bajando las escaleras del Mont des Arts hasta la Estación Central, donde nos encontramos un dibujo de los Pitufos en el techo de un edificio cercano a la estación.
Y para terminar, un gofre bien rico y una visita rápida a la hermana del Manneken Pis, Jeanneke Pis, que se encuentra en un callejón sin salida bastante absurdo.
Esta ciudad no tiene nada que ver con Brujas o Gante. Es una típica gran urbe, con muchísima gente y casi ningún rincón de paz. Hay calles repletas de restaurantes para turistas con camareros cazando clientes, cervecerías mucho más comerciales donde ni siquiera dieron chapas a los niños. Incluso se notaba la diferencia en el chocolate del gofre: ya no era chocolate belga como en Brujas, sino Nutella… Y, por todas partes, el niño meón: en souvenirs horteras, en chocolate, en joyas, en comida, en murales por las calles…
La verdad es que no me ha gustado demasiado Bruselas. No me ha parecido una ciudad amiga de los niños y me ha agobiado un poco. Estoy seguro que Bélgica tiene muchas más ciudades y pueblecitos que merezcan la pena visitar mil veces antes que Bruselas.
Vuelta al hotel y, en la terracita del restaurante, una cervecita mientras los niños jugaban en el parque. Para cenar, unos noodles y directos a dormir.
1 comentario:
Creo que nosotros vimos el manneken pis vestido de basurero!
Publicar un comentario