Hoy hemos amanecido con calma, sin prisas. En el hotel había que reservar la hora para el desayuno, y cuando me acordé solo quedaba para las 7:00 o para las 9:30. La decisión fue sencilla y yo creo que ha sido la mejor hora. La gente ya se había ido al parque y estaba muy tranquilo el bufet, y así también hemos podido preparar todo con calma.
No teníamos muy claro qué hacer y al final hemos elegido ir a Brujas,
Bélgica. Nos pillaba más o menos de paso y así no tendríamos que volver
otro día, ya que desde el hotel donde estaremos está a hora y media.
El
viaje fue tranquilo, dos horas y media del tirón, solo con un poco de
atasco en la frontera de Bélgica por unas obras y poco más.
Aparcamos en el aparcamiento de la estación de tren de Brujas, un parking gigante justo a las afueras del centro, con un acceso buenísimo desde la carretera y también a la ciudad dando un paseo. Y por solo 7 € el día.
Tras un paseo agradable llegamos a la calle de las tiendas de Brujas. Una calle estrecha, casi peatonal (en este país no te puedes olvidar de que las bicis tienen el poder), llena de tiendas a los lados. ¿Y cuál es la primera tienda que vemos? Una de chuches… Pues venga, había que entrar. Compramos unas poquitas al peso. Por supuesto estaba prohibido comprar marcas españolas (había muchas cosas de Vidal y Fini). Muy chula la tienda, muy variada. Quién la tuviera al lado de casa… Seguimos bajando la calle tranquilamente con una pequeña parada técnica, esta vez para unas compritas de ropa de emergencia y otra, en una especie de parque para niños.
Al final de la calle está la Grote Markt, la plaza central de Brujas. Es bastante bonita. El tipo de construcción de estas ciudades le da un toque mágico a todas las calles, son superfotogénicas. Y allí mismo nos compramos nuestras primeras patatas fritas y, además, unas brochetas y un perrito caliente en un food truck que había en la plaza. A ver, que no quiero ser yo un criticón, pero… primera decepción con uno de los platos típicos de la cocina belga, sus famosas patatas fritas. Estaban ricas, sí; espectaculares, no. Seguiremos probando a ver si cambiamos de opinión.
Seguimos con nuestro paseo errático por las calles de Brujas, me ha parecido dificilísimo orientarme. Buscábamos el Kantcentrum, un museo-tienda dedicado al encaje de bolillos. Allí teníamos que comprar unos alfileres especiales para mi madre que solo venden allí y, ya de paso, nos trajimos también unos cuantos libros encargados a última hora in situ. Creo que los de la tienda nos vieron demasiado jóvenes para esto del encaje de bolillos porque ni nos miraron a la cara, y sin embargo, con los viejos que estaban por allí todo eran risas. ¡¡Si yo he crecido con el sonido de los bolillos como hilo musical!! Si supieran las obras de arte en encaje que hay en casa de mis padres… ya las quisieran para su museo.
Tras las compras, nuestra intención era subirnos a un barquito para dar la vueltecita típica por los canales, pero no sabíamos de dónde salían y, al descubrir que estábamos en la otra punta y que se nos hacía un poco tarde, anulamos el plan. Pero no pasa nada, lo sustituimos por un gofre. Bueno, dos: uno de nata y otro de chocolate belga negro, de la famosa (y cara) tienda Chez Albert. A ver, que no quiero ser yo un criticón, pero… segunda decepción con el postre nacional de Bélgica. Estaba rico, sí; espectacular, no. Seguiremos probando a ver si cambiamos de opinión.
Antes de emprender la marcha hacia la furgo y poner rumbo al hotel, hice una rápida incursión a una tienda de chocolates, The Chocolate Line, a comprar unos “chocolates made in Belgium”. En la entrada tenían una exposición de los utensilios y del cacao que usan para hacer el chocolate, y luego pasabas a la tienda con un mostrador lleno de delicias. Olía superrico, pero los precios de los bombones eran estratosféricamente altos. Al final compré dos tabletas de chocolate por un riñón y medio y listo. A ver, que no quiero ser yo un criticón, pero… tercera decepción con el mejor chocolate del mundo. Estaba rico, sí; espectacular, no. Seguiremos probando a ver si cambiamos de opinión.
Nos quedaba pasar por la esquina más fotografiada de Brujas, el Muelle del Rosario y callejear un poco más hacia la estación de tren. De camino Dani aprovecho a entrar en un bar para, el solito y en inglés, pedir chapas de botella y claro que le dieron un buen puñado y bien merecido. A ver si se animan mañana y pasado y piden más para su colección.
Ya de nuevo en la furgoneta, rumbo a un pueblo a las afueras de Amberes donde está nuestro siguiente alojamiento por tres noches seguidas. El camino fue un poco surrealista: carreteras de 90 o 120 km/h de dos carriles por sentido, pero que pasan por medio de los pueblos, con casoplones a los lados pero muy cerca de la calzada. Y luego todo planísimo: hace que no circulamos por una cuesta de más de 100 metros desde España. Por curiosidad he mirado la altitud a la que estábamos y era de 5 metros sobre el nivel del mar. De hecho, hemos pasado por un túnel en ese momento y hemos bajado hasta –8 metros. Esto se inunda con una olita de bandera roja, no necesita ni un tsunami.
El Bed and Breakfast donde nos quedamos estos días tiene parque infantil y granja, así que espero que nuestros hijos estén distraídos y nos dejen descansar un poco en algún momento. También nos toca estos días el momento colada de mitad de viaje: mañana tenemos que preguntar si tienen lavadoras aquí o nos tenemos que buscar la vida.
¡Mañana vamos a Gante!
3 comentarios:
Joe, ¡claramente tienen cosas ricas, pero no espectaculares! Jaja
Los europeos del norte se venden muy bien, pero donde estén los del sur…
Y qué máquina, Dani pidiendo las chapas!!
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