viernes, 15 de noviembre de 2024

Dinamarca dÍa 4. Odense y Copenhague

Con la calma nos levantamos, recogimos todo y al coche para deshacer el camino que habíamos hecho para venir a Billund. Como teníamos todo el día para llegar a Copenhague, decidimos parar un ratillo en Odense, lugar de nacimiento de Christian Andersen, el escritor de cuentos clásicos.

Después de una parada intermedia para ir al baño y jugar un rato en un parque, llegamos a Odense. 


Parada técnica en carretera

Aparcamos en un parking céntrico un poco perdidos y sin rumbo fijo, salimos hacia un parque a dar un paseo. Justo en ese preciso momento empezaba una obra de teatro infantil en la calle sobre los cuentos de Andersen. Era en danés y no entendíamos nada, pero estuvo muy entretenido, fue una suerte la verdad.


Viendo la obra de cuentos clásicos de Andersen


Como siempre encima de papá


Si hay un cartel para meter la cabeza... allí estamos nosotros para hacernos una foto


Centro de Odense

Comida rápida en un McDonald's a precio de restaurante de lujo y seguimos nuestro paseo. Nos dirigimos hacia la casa donde vivió Christian Andersen. El centro de Odense es bastante bonito, con calles amplias, edificios chulos y muy tranquilo. Llegamos a la casa la vimos, nos hicimos una foto y poco más había que hacer. Justo al lado había un edificio muy moderno donde compramos a Samu un libro de cuentos clásicos que estaba en español, y a Dani un peluche… este se llama Cabi y es un lobo.


Casa de Andersen


Calles tranquilas y sin coches en Odense

Hacía un viento fortísimo que casi vuelca el carro con Álex dentro y todo. Después de otro rejonazo de parking, cogimos el coche rumbo al aeropuerto de Copenhague para devolverlo. Esta parte del viaje fue bien, los tres se durmieron por fin la siesta y fue un viaje tranquilo, aunque se hizo un poco largo. Dejamos el coche en el aeropuerto y ya sin esa preocupación, nos fuimos al tren rumbo el centro de Copenhague. Tres paradas cortitas y ya estábamos en la estación central. Para llegar a nuestro hostel solo había que atravesar la estación, y en la siguiente manzana ya estábamos.

El hostel parecía un antiguo hotel reconvertido en alojamiento para jóvenes viajeros, eso sí, a precio de cinco estrellas casi. Nuestra habitación estaba en el último piso, al fondo del pasillo. El pasillo parecía como si estuviéramos en un crucero, era larguísimo y estrechísimo con el suelo de madera. Lo mejor del hostel es que en el piso de abajo junto a recepción, la cocina y el comedor, había un futbolín para jugar gratis. A nuestros hijos les encanta y nos daba un minuto de paz, aunque también era un foco de peleas como todo.


Pasillo interminable de nuestro hostel

Después de dejar las cosas, nos fuimos a pasar la tarde al Tivoli, un parque de atracciones de los más antiguos del mundo que está en el centro de la ciudad y al lado del hostel. Dicen que aquí se inspiró Disney para crear sus parques temáticos. La verdad es que es muy bonito y bien cuidado. Solo cogimos las entradas, sin incluir las atracciones, porque no sabíamos cómo iba a ser. Para los pequeños había bastantes cosas, pero cerraron pronto. Por suerte, había una zona de juegos, un parque infantil chulísimo, donde se lo pasaron súper bien corriendo de aquí para allá.


Entrada trasera del parque Tívoli


Nada más entrar a Tívoli


Jugando en la escalera


Paseando por el parque


Espejos deformadores

Zona infantil
 
Otra zona infantil


Lago y montaña rusa grande de fondo

Cenamos en un restaurante del parque. Pedimos un plato cada uno y dos infantiles. Estaba bueno, pero por el precio que pagamos… es el sitio más caro donde hemos comido y, a no ser que me toque la lotería, espero que sea el más caro en el que comamos en lo que nos queda de ella. Nosotros no somos muy amantes de la comida, y pagar estas cantidades, a mí personalmente, me parece casi un insulto a la humanidad. Que pedimos un schnitzel y unas albóndigas, no te vayas a pensar que era estrella Michelín. Pero bueno, estamos en Dinamarca, y era la única comida sentados tranquilos que íbamos a tener en el viaje. Por suerte, había agua de grifo, jijiji.


Cenando en el Tívoli

Dimos una vueltecita por el parque con nuestros hijos muy demandantes. Les compramos una piruleta para que dejaran de pedir por un ratito y nos fuimos a ver un espectáculo de agua y luces en el lago del Tivoli. Fue corto y no muy impresionante, pero un buen final de día.


Piruleteando


Espectáculo de agua, luces y música

Ya por fin para el hostel, hacía ya frío, por suerte solo había que atravesar la estación central y ya llegábamos. Estábamos un poco cansados, se nos hizo bastante tarde y aun así hubo tiempo para alguna pelea previa a caer dormidos... Mañana último día completo de turismo.

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